Los incendios forestales, que no terminan de apagarse y la sequía que todavía continúa, afectan a todos los seres vivos de la gran Amazonia, no sólo la Ucayalina y Peruana. La Amazonia es un inmenso territorio en peligro, según advierten dos organizaciones eclesiásticas. Hace algunos días, también, la alcaldesa de Coronel Portillo, ante los incendios, participó de un acto litúrgico de oración de las Iglesias Evangélicas de Ucayali por la Salud y el Medio Ambiente. Es que la preocupación por el futuro de la Amazonia no es sólo de ecologistas. La propia población siente que estamos camino a un abismo sin retorno. Cuando queramos ir a llorar al río, lo lamentaremos más, porque ni río habrá.

Este 2024, que todavía no termina, la amazonia, no solo la del Perú, ha sido afectada por dos fenómenos que alcanzaron niveles de desastre: los incendios forestales y la sequía prolongada, lo que ha motivado la preocupación de La Red Eclesial PanAmazonica (REPAM) y la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) que ha hecho un fuerte llamado a adoptar acciones.

Los impactos negativos de ambos elementos se están sintiendo y con el tiempo, es muy probable que se hagan más acentuados. Y, si el próximo año, se repite lo mismo, los impactos serán mayores.

No sólo sufren los habitantes humanos de las desordenadas megalópolis o ciudades que crecen sin un plan urbanístico y caseríos y comunidades, sino que también están afectados seres de otras especies como los árboles, arbustos y la variada fauna que vive entre los bosques, considerados, hasta la fecha, una esperanza mundial por su rica biodiversidad.

EN UCAYALI

Conviene tener en cuenta algunas cifras

Según el Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción de Riesgos de Desastres (CENEPRED), cerca de 35,000 hectáreas de cultivos en Ucayali se encuentran en alto riesgo de incendios forestales. Esto equivale al 9.65% de la superficie agrícola. Las provincias más expuestas son Padre Abad y Coronel Portillo.

Eso significa que, si los incendios forestales se extienden hacia esas áreas cultivadas, miles de personas se quedarán sin sus fuentes de ingreso diarios y sin los alimentos para subsistir.

En Nueva Requena, donde todavía no se terminan de calcular los daños, la cifra de 7 mil hectáreas que se mencionó en setiembre, podría ser mayor y los agricultores afectados muchos más de los que ahora son atendidos con ayuda humanitaria.

Ocurre que el agricultor ucayalino no es de aquellos que están esperando ayuda, sino que, pasado el desastre, de inmediato, inician la tarea de rehacer todo lo que el fuego destruyó.

Ya desde el inicio de este año, se comenzaron a registrar caídas en el sector agricultura. Según estimación de Redes, una organización dedicada a monitorear la producción agrícola en Ucayali, el sector agropecuario en la región ha registrado caídas consecutivas durante el primer trimestre fue de -3.8% y, en el segundo trimestre, la cifra fue mayor, de -30.2%, en este año, en comparación con los mismos periodos del 2023.

Precisamente, se registró una menor producción de cacao, maíz amarillo duro, yuca, papaya y café. Revertir esta situación no será fácil. Los incendios forestales y la sequía han agravado la situación de los cultivos.

¿Tendrán capacidad de reaccionar las autoridades del sector?

Como se sabe, la dirección regional de Agricultura, durante todos estos años, ha demostrado que está más pendiente de la llamada “formalización” de predios, que del impulso al desarrollo de la agricultura. Será muy difícil que encuentra políticas para recuperar lo que se ha perdido y lo que se va a perder.

ORACIÓN

Consciente del peligro que acecha a la amazonia y que podría llegar a un punto de no retorno, hace 6 días, la alcaldesa de Coronel Portillo, participó de un acto litúrgico de las Iglesias Evangélicas que se concentraron en la Plaza Mayor para orar por la Salud y el Medio Ambiente.

Una oración fervorosa puede cambiar muchas cosas.

PREOCUPACIÓN ECLESIAL

Como se dijo, el problema no es sólo en Ucayali, tampoco solo en la amazonia peruana. Es, en toda la Amazonia, un espacio de más de siete millones de kilómetros cuadrados y una de las áreas de mayor biodiversidad en el mundo. Una selva que contribuye, durante siglos, en la conservación natural del planeta gracias a las toneladas de dióxido de carbono que absorbe, uno de los gases que contribuye a incrementar el efecto invernadero, acelerando el cambio climático.

El pasado 26 de septiembre, en diferentes medios apareció un pronunciamiento muy duro que debe tomarse en cuenta.

La Red Eclesial PanAmazonica (REPAM) y la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) han dicho: “queremos expresar nuestra profunda preocupación por la destrucción de millones de hectáreas del bioma amazónico. Esta destrucción no solo afecta la flora y fauna, sino también a los pueblos que han habitado este territorio sagrado por siglos, cuyas vidas y culturas están profundamente interconectadas con los ecosistemas que ahora se encuentran bajo amenaza.”

Es decir, no son miles, son MILLONES de hectáreas. Cada árbol destruido significa menos oxígeno para el planeta y más calentamiento global.

Lo que dicen ambas instituciones religiosas es una constatación desgarradora.

“Sabemos que la Amazonía siempre ha experimentado períodos de sequía durante ciertos meses del año. Sin embargo, estas sequías se han agravado significativamente debido a la crisis climática, agudizada por las acciones humanas e impulsada por la explotación desenfrenada de los recursos naturales. La tala indiscriminada de árboles, la construcción de carreteras y otras actividades extractivas a gran escala dejan enormes cantidades de biomasa seca, que actúan como combustible en condiciones de sequía extrema, intensificando los incendios forestales”.

Este círculo vicioso de sequías más fuertes, incendios descontrolados y acciones ineficaces por parte de las autoridades está llevando a la Amazonía a un punto crítico, amenazando su biodiversidad única y debilitando irreversiblemente su capacidad de regeneración. Las consecuencias son devastadoras no solo para los ecosistemas locales, sino para todo el planeta. La pérdida de este bioma acelera los impactos del cambio climático y altera los ciclos del agua a nivel global. Para los pueblos amazónicos, la situación es aún más trágica, ya que enfrentan la muerte, graves afectaciones físicas y, en muchos casos, migraciones forzadas. Actualmente, comunidades enteras están siendo desplazadas de sus territorios ancestrales, generando una crisis humanitaria a causa de los incendios”.

Los religiosos hacen un llamado que, ojalá, no sea un DIÁLOGO DE SORDOS. Dicen:

Debe concebirse: “una nueva visión sobre la Amazonía, una visión que nazca del diálogo intercultural con las comunidades que habitan el territorio, y que articule los saberes tradicionales con los conocimientos científicos contemporáneos (Querida Amazonía, n.51). La crisis actual exige que los planes y políticas sean diseñados de manera efectiva, a largo plazo, y con un enfoque de corresponsabilidad, involucrando activamente a las comunidades locales en la gestión de sus territorios, asegurando que sus voces y derechos sean respetados”.

¿Por qué hablan de una nueva visión? Porque, según el documento: “la Amazonía continúa siendo percibida como un territorio por explotar. La creciente presión de las actividades extractivas, tanto legales como ilegales, avanza a costa del valor intrínseco de la creación y de las comunidades que la habitan. El modelo del capitalismo extractivo no solo es insostenible, sino que atenta directamente contra las formas de vida tradicionales y comunitarias que han permitido preservar este territorio durante milenios”.

El llamado es un intento por salvar la Amazonia y, a la vez, un reto. Si no estamos aprendiendo la lección de estos días, después no podremos lamentarnos, yendo a llorar al río, porque ni río habrá.