Quizá pronto deje de funcionar. El Comedor Popular de Pucallpa, la esperanza de personas de la tercera edad para llevarse un alimento a la boca, literalmente se está muriendo de hambre, hambre de presupuesto y de atención de las autoridades pertinentes.
Esa hambre, no satisfecha, puede terminar fulminándolo y dejando a un número de personas sin un lugar donde comer. Situación dramática ahora que el país no puede levantar cabeza de la espiral inflacionaria y la recesión.
Todos los días se observa el mismo escenario, una larga cola en espera de las 11 de la mañana para que el comedor popular Pucallpa abra sus puertas. A paso lento, con el peso de la edad, los longevos se acomodan en sus asientos, con tique en la mano piden que su plato de almuerzo. “Hoy hemos preparado aguadito… me siento muy bien de preparar para los abuelitos. Somos bendecidos para bendecir” comenta Agustín Rivas Pezo uno de los 4 cocineros del comedor.
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El comedor popular de Pucallpa tiene la capacidad de brindar únicamente 42 platos de almuerzo al día, un número que no satisface la gran demanda existente. Con un presupuesto reducido de poco más de 20 mil soles mensuales y dependiendo de la DIRESA, la falta de apoyo y la constante rotación de directores de salud han obstaculizado la ampliación del servicio “Quien no quiere brindar apoyo a los ancianitos, pero no se puede. Somos parte de ellos (DIRESA), solo nos queda esperar. Entra uno (director de salud), sale otro, no avanza nuestros tramites. Queda en nada. Ahora parece que hay un director estable para ver nuestra situación” manifiesta la coordinadora del comedor, Irma Tello. No quiere seguir brindado declaraciones, acaba de asumir su cargo desde marzo de este año. Tampoco tiene la seguridad de continuar en el cargo, la inestabilidad política le preocupa
LOS CARLOS.
“Hace 15 años había el ejecutivo y el popular, el ejecutivo era 3.50 soles cincuenta y popular 2 soles. Comprabas tu tique y te hacían entrar para la mesa. Ahora esto un burdel. [grita un insulto]… ¡¿Quién maneja este comedor?! Tiene que venir a ver…Te hacen entrar a la hora que quieren, mira la mesa vacía y no atienden a nadie. No hay orden, no hay horario de trabajo. Yo soy Carlos Escobedo López, solo tengo miedo a Dios”, comenta un usuario que asegura asistir al comedor desde hace 20 años. Al entrar al local, comienza a discutir con el portero. Luego se dirige a un asiento, espera tranquilo el plato de comida y sonríe al llegar el almuerzo.
“Vengo desde antes del Covid, le veo (al comedor) ordenado, no hay trifulca, no hay desorden” Alza la mano para recibir y grita: “Señorita también tengo hambre…” Se acerca una chica de la cocina y lo atiende. “Ya pues señorita quiero comer…Con 2 soles y medio, hay que aceptar lo que te dan” comenta Carlos Linares, usuario del comedor. Se acerca un amigo suyo a saludarle y le dice: “Nos vemos el próximo mes, si vives…” [Ambos se ríen]
“A veces hacemos cola en la lluvia y no abren la puerta, nos quedamos mojados, estamos de frio afuera como hue…. Eso no puede ser así, deberíamos estar a dentro esperando. Nosotros somos ancianos, si morimos acá nos entierran. Disculpa, pero esto esa hue…” Se dirige a recibir su plato. Responde al nombre de Carlos, no quiere decir su apellido, asegura ser usuario desde hace 5 años.
“Nos venden la comida a 2 soles, es lo que hay. Toda comida es buena, bendecida por el señor. Lo importante es comer” Responde al nombre de Carlos Calvo, asegura que es familiar de César Calvo de Araujo “Mi tío era un hombre de mucho talento fue a Colombia y a otras partes del mundo. Los Calvos somos una sola familia”. Se queda callado y mira al costado, como recordando algo y se retira.
A través de las voces de los protagonistas, somos testigos de los desafíos del comedor. En medio de las limitaciones y la incertidumbre, entre hombres y mujeres encuentran consuelo en la bendición de una comida y en la fuerza que los impulsa a seguir adelante.